En los últimos años ha cambiado mucho mi perspectiva tanto de la salud como del aspecto físico. Antes me cuidaba mucho, pero el objetivo final era tener la mejor apariencia posible, aún a costa de llevar a cabo prácticas no del todo aconsejables, sobre todo a nivel de dietas. Pero no sé si ha sido la pandemia o que he madurado que ahora lo enfoco de otra manera totalmente distinta. 

Por ejemplo, con respecto a la dieta me he dejado de tonterías y he acudido a una nutricionista con muy buena reputación. No me importa pagar algo más si se trata de hacer las cosas bien, sobre todo si hablamos de la salud. Y lo mismo en relación al cuidado de la piel, algo que también me llevaba a probar cosas sin consejo médico, solo porque alguien me había dicho o yo había leído.

En aquella época nunca me planteé buscar dermatologos. Casi que no los consideraba ni profesionales médicos, tal es el desconocimiento que tenemos en ocasiones sobre muchas ramas de la medicina. Pero la piel es una parte fundamental del cuerpo, no en vano es lo que nos protege de tantas cosas, además de ser el ‘envoltorio’ del resto de nuestro cuerpo.

Siempre pensé que había tenido mala suerte con la piel en comparación con algunas de mis amigas. Ellas estaban siempre tan estupendas y yo con mis problemas de acné. Personas como yo tienden a ver en sí mismas muchos defectos y en los demás, todas las virtudes, sobre todo si hablamos de la cuestión física. Y a mí me entraron las prisas por tener el cuerpo perfecto, algo que más tarde te das cuenta de que no es posible tener, ni siquiera las modelos.

Pero me siento muy satisfecha conmigo misma al haber logrado cambiar tanto en este aspecto. Prueba de ello es que ahora acudo a dermatólogos ante cualquier duda relacionado con la piel. Huyo de remedios caseros y solo hago caso a las opiniones de los profesionales. Y claro, me va mucho mejor. No solo me veo bien a pesar de mis defectos, sino que ya no busco un ideal. Solo estar contenta con mi vida y con mi cuerpo, consciente de que todos somos únicos.