Desde 2017 ya tenía apuntado en mi agenda de próximos viajes una visita a Cambados, elegida en aquel año Ciudad Europea del Vino. ¿Cómo teniendo tan cerca la ciudad europea del vino no podía conocer yo este lugar… con lo aficionado que soy al vino? Y aunque por diversas circunstancias tuve que ir retrasando el viaje, finalmente acabé acudiendo a esta localidad de las Rías Baixas para degustar algunos de sus legendarios vinos.

Y es que desde hace años ya vengo orientando los viajes de una forma muy gastronómica. Creo que es una de las mejores maneras de acercarse a un destino, empezando por probar sus platos y bebidas más característicos. Es verdad que hoy en día puedes tomar un buen albariño cambados en cualquier parte de España y más allá, pero hay algo diferente cuando vas al origen a probar un producto autóctono. Es como tomar sidra en Asturias y turrón en Jijona: todo sabe mejor cuando lo tomas en origen.

Viajar con la atención puesta en la cultura gastronómica también tiene sus desventajas. Es lo que me pasa a mí con el vino, una de mis pasiones. A estas alturas ya tenemos más que claro que el alcohol y la conducción son incompatibles por lo que lo preparo todo muy bien por adelantado para no tener que depender de un coche particular para mis itinerarios. En ocasiones eso supone acortar los viajes o no acudir a sitios de difícil acceso o que no cuentan con transporte público. Pero hoy en día cada vez tenemos más opciones para disfrutar de los destinos sin necesidad de acudir en coche.

Y así es como planteé este viaje visitando y degustando albariño cambados. Debo decir que al principio no era muy aficionado al vino blanco. Yo siempre he sido de tinto, pero poco a poco descubrí lo bien que maridan algunos de estos vinos con determinados platos, sobre todo el marisco y el pescado. Y he aprendido a amar los blancos gallegos como ningún otro. Y es que el buen comer y el buen beber son mis grandes pasiones, junto con los grandes viajes… que no tiene por qué ser a destinos muy lejanos.