En mi casa los roles están un poco cambiados y todo el mundo parece bastante a gusto. Mi mujer es la que pasa más tiempo fuera de casa trabajando, mientras que yo alterno el trabajo en casa y fuera. Así las cosas, a mí me ha tocado ser un poco más ama de casa. Y tengo algunos gestos típicos de ama de casa: “pero ya has manchado la cocina, si la acabo de limpiar…”. Pero es todo un poco de cara a la galería. Porque en el fondo no se me da muy bien, pero alguien lo tiene que hacer.
Puedo poner de ejemplo el caso de la lavadora. Mi mujer odia todo lo que tiene que ver con la lavadora. Le gusta la ropa limpia, claro, pero no soporta poner la lavadora, colgar la ropa, destender y planchar. Bueno, esto último a mí tampoco me gusta y así nos va que siempre vamos arrugados. El caso es que nuestra última lavadora se escacharró y hubo que comprar una nueva. Y yo fui de enviado especial a la tienda que tenía Ofertas electrodomésticos.
Me gusta bastante la tecnología y soy muy cuidadoso a la hora de comprar. Disfruto comparando hasta el más mínimo de detalle y no soporto que me den gato por liebre. Y hoy en día con tantos términos que se sacan las marcas de la manga se hace difícil saber para qué sirve cada cosa. Pero yo investigo y pregunto.
En la tienda había Ofertas electrodomésticos así que había mucha gente pero yo ya iba con la lección aprendida: estaba entre dos o tres lavadoras. Me dejé aconsejar por la chica de la tienda y le pregunté mis dudas. Al final, me decidí por la opción más cara con bastantes funciones y modernidades.
Cuando la llevaron a casa intenté que mi mujer se pusiera con ella: ya que era nueva y demás pensé que, a lo mejor, ponía algo de interés. Pero no. Me lanzó el taco de instrucciones a la cabeza. Así que me quedé a solas con mi lavadora viendo cómo giraba en modo silencioso.