La rosácea es una enfermedad cutánea que afecta a una de cada diez personas en el mundo. Su estudio y atención es responsabilidad del dermatologo especialista en tratamientos cara y sus síntomas incluyen el enrojecimiento de la piel, las protuberancias o la mayor visibilidad de los vasos sanguíneos.
Denominada también acné rosácea o cuperosis, esta patología de tipo acneiforme inflamatoria crónica se caracteriza por la aparición de granos y manchas rojas en las áreas de producción sebósea del rostro, sobre todo en la zona de las mejillas. Es una enfermedad común que se clasifican en cinco tipos: la fimatosa, la granulomatosa, la eritemato-telangiectásica, la fulminante y la pápulo-pustulosa.
Como anticipa su nombre, el principal síntoma de la rosácea es el enrojecimiento de las regiones medias del rostro (mejillas, mentón, frente, nariz y frente), propagándose también en el cuello, los párpados y otras áreas más infrecuentes. Los afectados de rosácea manifiestan, al principio, una inusual facilidad para sonrojarse, pero este síntoma persiste con el tiempo, hasta que el enrojecimiento se cronifica y la piel adquieren tono rosado.
Otra evidencia de esta patología es el desarrollo de protuberancias, a menudo acompañadas de pus, que proliferan en el rostro, pecho y espalda, afectando negativamente a la imagen personal. Peores son los síntomas que repercuten en el bienestar del afectado, como la sequedad, ardor e hinchazón ocular. Los ojos del afectado permanecen llorosos debido a esta reacción, denominada rosácea ocular.
Además, la rosácea acrecienta la visibilidad de los vasos sanguíneos o arañas vasculares en las mejillas y la nariz. Dependiendo del estado de la enfermedad, las venas se distinguirán a simple vista o pasarán desapercibidas para un observador casual.
Otra manifestación de la rosácea es el rinofima, esto es, el engrosamiento de la nariz debido al aumento de tamaño de las glándulas sebáceas, un síntoma que afecta sobre todo a hombres.