Por la falta de sólidos de cacao en su fórmula, el chocolate blanco ha sido injustamente criticado y minusvalorado, aunque hoy tenga poco que envidiar al chocolate negro, el rosado y otras variedades. Su calidad está fuera de duda, en especial si cuenta con una mayor proporción de manteca de cacao, como sucede con el utilizado en tartas y otras creaciones reposteras, donde se aplica una cobertura chocolate blanco.
Más allá de su sabor, el chocolate blanco posee cualidades poco conocidas, como su efecto reductor del estrés. La causa está en la serotonina que libera en el cerebro humano. La considerada neurohormona de la serenidad fomenta el equilibrio psíquico y mejora el estado de ánimo, en combinación con otras hormonas que se generan al ingerir este chocolate, como las endorfinas.
Gracias a su contenido en calcio y proteínas, el chocolate blanco y sus derivados contribuyen al fortalecimiento del sistema óseo. La falta de calcio en los huesos se asocia con multitud de enfermedades y problemas en la adultez, por lo que su consumo está recomendado para adultos y niños. En proporciones adecuadas, la ingesta de este tipo de chocolate facilita las digestiones, al desempeñar un rol lubricante que favorece el tránsito de los alimentos.
Desarrollado a fines de la Primera Guerra Mundial, el chocolate blanco ha demostrado disminuir el nivel de colesterol en sangre, siendo un alimento indicado para personas con problemas de corazón. Igualmente, previene derrames cerebrales, según una investigación del Instituto Karolinska en Estocolmo en Suecia.
También es un aliado de los deportistas. Las barritas de chocolate blanco proporcionan un plus de energía gracias a su aporte calórico, sin mencionar la presencia de vitamina A y de minerales como el potasio, el magnesio, el zinc o el hierro.
No obstante, el chocolate blanco no siempre gana en su comparativa con el negro. Dado que los flavanoles del cacao y otros componentes son descartados durante su elaboración, no es tan beneficioso para elevar el flujo sanguíneo, por ejemplo.