En uno de los sketches de un conocido humorista español, se ironiza sobre la letra pequeña de tener un hijo: una persona le explica al futuro padre todo lo que le espera, además de la alegría de traer al alguien al mundo… Pues eso es lo que yo hubiese necesitado, que alguien me explicase todo lo que conlleva ser padre.
Si pongo en una balanza lo que me da y lo que me quita, siempre ganará lo que me da, pero no soy de esos padres que está siempre con una sonrisa de oreja a oreja mientras está con el niño. Y es que yo paso mucho tiempo con él, pero mucho… El roce hace el cariño, sin duda, pera también el roce, valga la redundancia.
Hay unas cuántas cosas que no me gusta mucho hacer con el niño, pero de las menos es llevarlo al parque a jugar. No me importaría si no hubiese allí otros padres y madres, pero claro, por cada niño, como mínimo, un progenitor. Y siempre hay que hablar de algo, ya sea sobre que nutrientes tiene la leche o de las habilidades del niño para hablar antes que ningún otro.
Si por mi fuera llegaría al parque y no abriría la boca: me quedaría allí impertérrito sin hacer caso a nadie, solo pendiente de que el niño salga sano y salvo del parque. Pero somos seres sociales y hay que ejercer como tal.
En un parque encontramos todo tipo de especímenes: desde el padre borde con mala cara que no tienes ganas de estar allí, que represento yo mejor que nadie, hasta el padre estupendo que va con tres niños y hace malabarismos con todo y nunca se equivoca: ha nacido para ser padre y todo el mundo le venera, sobre todo su mujer… y alguna que otra madre. Luego está la madre que no calla nunca, que te explica que nutrientes tiene la leche, cómo se fabrican los pañales o la cantidad de exacta de biberón que debe tomar un bebé por la noche. Lo sabe todo y tiene respuesta para todo.
Yo ya le he dicho a mi hijo que pronto le daré libertad para salir solo al parque, él me mira extrañado con su año y pico preguntándose: ¿qué dirá el borde este?