Hace muchos años, tantos que casi se siente como otra vida, tuve el privilegio de conocer la Playa de Melide en las Islas Cíes. Recuerdo aquel día con una nitidez asombrosa, como si el tiempo no hubiera pasado, aunque la realidad es que han sido muchos, muchísimos años desde la última vez que mis pies pisaron su arena. Era un rincón de libertad, un paraíso nudista donde la conexión con la naturaleza era absoluta.

En aquella época, mi espíritu aventurero me llevaba a explorar cada rincón de las islas. La Playa de Rodas, con su belleza evidente, era la puerta de entrada, pero siempre buscaba algo más íntimo, menos concurrido. Fue entonces cuando, siguiendo un sendero entre pinos y con el rumor del mar guiándome, llegué a Melide. Y lo que encontré me dejó sin aliento.

No era solo una playa nudista islas cies; era un santuario. La arena era finísima, casi polvo, y las aguas, de un azul turquesa que rivalizaba con las del Caribe, estaban sorprendentemente frías, un contraste delicioso con el sol que te invitaba a sumergirte. El ambiente era de un respeto absoluto, de una tranquilidad que se respiraba en el aire. La gente, pocos en número, disfrutaba del sol y del mar con una naturalidad que invitaba a la relajación total.

Recuerdo sentarme en la arena, dejando que la brisa marina me acariciara la piel, sintiendo la libertad de no tener barreras entre mi cuerpo y el sol. Era una sensación de liberación, de desprendimiento de las preocupaciones cotidianas. El único sonido era el de las olas rompiendo suavemente y el canto lejano de las gaviotas. No había relojes, ni prisas, solo el ritmo de la marea.

Ahora, cuando pienso en Melide, la nostalgia me invade. La vida, con sus rutinas y responsabilidades, me ha alejado de esos momentos de pura conexión. Siempre me digo que tengo que volver, que debo reencontrarme con esa paz y esa libertad que solo Melide supo darme. Quizás este verano, con la planificación adecuada y la determinación de romper la inercia, por fin regrese a ese paraíso de las Cíes. La imagen de sus aguas cristalinas y la promesa de esa sensación de absoluta libertad me llaman con fuerza. Y sé que, cuando vuelva, será como reencontrarse con un viejo y querido amigo.